Cristo es, sin lugar a duda, el más grande hombre que ha existido sobre la faz de la tierra. Su vida ejemplar y sus acciones completamente consecuentes y coherentes con sus asombrosas y fascinantes enseñanzas, así como su enorme y favorable influencia sobre el mundo con posterioridad a Él, al punto de dividir la historia en dos, son pruebas palpables y suficientes para sustentar esta afirmación. Tanto así que incluso los más virulentos críticos del cristianismo y de la iglesia que dirigen toda su artillería contra ambos, suelen ser mucho más respetuosos hacia la persona de Cristo, a quien no se atreven a descalificar. Por lo menos, no de la misma manera frontal, virulenta y en muchos casos sesgada y hasta calumniosa en que lo hacen con los primeros, pues Él no ofrece resquicios ni grietas por donde señalarlo. Sin embargo, encumbrar la figura de Cristo al punto más elevado que pueda alcanzar la condición humana no le hace justicia, sino que traiciona su mensaje, si al mismo tiempo no se reconoce también ─sino que más bien se le niega─ su plena condición divina. Como lo dijo C. S. Lewis, Cristo no nos dejó abierta la posibilidad de sostener este arreglo de medio camino, sino que únicamente nos dejó dos opciones a elegir: o era un loco, un farsante o algo peor; o era y es verdaderamente quien dijo ser: el Hijo de Dios. Así, pues, con Él es todo o nada. O lo rechazamos sin remedio, o doblamos nuestra rodilla ante Él reconociéndolo como Quien dijo ser, pues como Pablo nos lo recuerda: “Está escrito: «Tan cierto como que yo vivo -dice el Señor-, ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua confesará a Dios.»” (Romanos 14:11)
Doblando nuestras rodillas ante Cristo
22 enero, 2023
2 Lectura mínima
“No sirve de nada reconocer en Cristo al más grande hombre que ha existido si no doblamos también nuestra rodilla ante su nombre”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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