La confianza que Abraham, el padre de la fe, manifestó finalmente en Dios de una manera culminante, fue sin duda su disposición a sacrificar a su propio hijo Isaac cuando Dios así se lo ordenó. La fe de Abraham estaba lejos de ser una fe meramente formal o convencional como la que muchos de quienes dicen hoy creer en Dios profesan, y que tan sólo significa que creen en la realidad de Dios y nada más, o a lo sumo, que suscriben intelectual, mecánica e irreflexivamente las posturas doctrinales de una confesión de fe en particular, pero muy alejados de Dios en su práctica vital en que lo tiene que ver con conocer, saber y estar dispuestos a obedecer lo que Dios requiere de ellos en el día a día y a honrarlo como sólo Él lo merece. Por el contrario, a estas alturas la confianza de Abraham en Dios era tal que, a pesar de lo difícil que debió haber sido, no dudo en obedecer, como lo leemos en la epístola a los Hebreos: “Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: «Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac.»…”. Y ante el contrasentido de tener que sacrificar justo a aquel en quien Dios le había prometido que le otorgaría una muy numerosa descendencia, el razonamiento de Abraham fue el siguiente: “…Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos” (Hebreos 11:17-19). Asimismo, Dios espera de cada uno de nosotros que nuestra fe crezca de tal manera que llegue a ser también en su momento una fe a toda prueba
Creer en Dios o creerle a Dios
“La fe falsa cree en Dios únicamente y nada más; la auténtica va más lejos y le cree a Dios, actuando de manera consecuente”
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