Charles Spurgeon sostenía que: “No hay otra cosa que sorprenda más que las dudas y los temores infundados del favorecido pueblo de Dios… ¡Oh incredulidad, que extraña maravilla eres tú! No sabemos de qué admirarnos más, si de la fidelidad de Dios o la incredulidad de su pueblo”. El propio Dios encarnado en Jesucristo, durante su paso por este mundo hace 2000 años reaccionó asombrado ante estas dos respuestas extremas y opuestas que los seres humanos le brindan. En primer lugar, cuando fue abordado por un centurión romano, un pagano que apeló a Él con una fe tan grande y ejemplar que sorprendió gratamente al Señor, quien exaltó su fe ante su propio pueblo: “Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, comentó: -Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lucas 7:9). Y en segundo lugar, cuando enseñaba a sus paisanos en Nazaret, quienes se escandalizaron de él y por cuya incredulidad sólo pudo hacer allí unos pocos milagros de sanidad, llevando al evangelista a hacer el siguiente comentario sobre Jesús: “Y él se quedó asombrado por la incredulidad de ellos” (Marcos 6:6). Es difícil pensar que alguna reacción humana pueda llegar a asombrar a un Dios que todo lo sabe, pero lo cierto es que tanto la fe como la incredulidad lo logran. La fe, porque requiere una confianza profunda en Dios por parte de quien cree, algo poco habitual. Y la incredulidad, porque implica cerrarse y no tomar en cuenta manifestaciones evidentes y universales de la buena voluntad divina que invitan de sobra a confiar en Él.
Asombrando a Dios
12 abril, 2022
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“El ser humano puede asombrar a Dios de dos maneras: gratamente mediante la fe y tristemente mediante la incredulidad”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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